martes, 4 de diciembre de 2007

Fresca y con buen humor, ligera y casi casi transparente.
En mis manos caben tres como ella, pero ésta es la más especial, porque es la mía.
La soplo las alitas y ella ríe, creo que le hago cosquillas.
Tiene dos antenas casi transparentes, más finitas que un alfiler, pero están siempre alerta para enterarse de todo lo que pasa en el mundo, y después cada noche me lo cuenta al oído, entre susurros.
Por las mañanas ella siempre se despierta primero, se acerca sigilosamente con su vuelo mágico hasta la punta de mi naríz y allí se posa, realizando un pequeño aleteo que termina por despertarme suavemente.
Yo la sigo hasta la cocina y entonces desayunamos juntas.
Mientras trabajo, ella cuida la casa. Después revolotea un rato por el salón hasta las dos de la tarde, que llego y me encuentro la comida preparadita.
Por las noches la cosa cambia, ella coge sus cosas y se marcha a la tetería de la esquina, donde trabaja. Entonces yo muy apenada me quedo solita, pensando en su ausencia, escuchando la música que nos gusta a las dos, dándole unas pinceladas a nuestro cuadro, buscando la manera de hacerla más feliz y apuntando todas las nuevas ideas en un cuaderno de color amarillo.
A las tres de la madrugada la oigo entrar por la ventana, suavemente, sin hacer ruido para no despertarme... pero yo la espero con ansia y una amplia sonrisa, y la rozo hasta desgastarla los polvos mágicos que tiene sobre las alas... es a las tres de la mañana cuando ella toma forma humana, sólo durante once minutos, ni uno más ni uno menos.
Son once los minutos que tenemos para amarnos, para dedicarnos los pechos y las sonrisas, los jadeos y los frotamientos, los silencios y los lametones.
Y rozo su piel con mis dedos y aún tiene restos de esa magia fugaz, de esos polvos dorados que recubren su cuerpo y me hacen ver el cielo...
Su olor es como una mañana de verano, en un despertar con la ventana abierta. Es un olor a sol, a calor, a vitalidad... tan grande que me dan ganas de gritar.
Y entonces grito, y ella grita conmigo, y somos dos mujeres en un solo corazón, y somos dos almas encontradas en esos once minutos, once minutos al día.

Y el resto del día me dedico a cuidarla y a mimarla, no vaya a ser que encuentre otra ventana abierta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

a mi también me hicistes cosquillas con esas palabras tan bonitas.

WILLY ARDAYA dijo...

muy bonito... y es que siempre vamos a necesitar de la compañía de alguien, somos seres por naturaleza sociables, necesitamos estar en la compañía de alguien para poder sentirnos seguros.

saludos Princesa